Entonces, me idolatró con su mirada fogosa, llena de impotencia, y vacía de respuestas.
Levanté la cabeza y sus ojos desplazaron mi mirada.
No era como antes, cuando intentaba llamar mi atención haciendo peculiares muecas que conseguían hacerme reír.
No, tanta rabia y furia anclada, se transformaron en mares de lágrimas, que no paraban de llover.
Aquel imperdonable error, por culpa de mi niñez, había desatado tantas lágrimas, que casi nos ahogamos.
Llovió y llovió, interminables gotas de agua, que volcaban desde la cornisa de sus ojos.
Un día cualquiera, salió el sol como antes no lo había hecho, gracias a ello, las lágrimas cesaron.
Y mi pregunta es:
¿Existe cura al dolor insaciable causado por la insatisfacción del placer?
"Caricias, abrazos y sonrisas"